Liebratón
Me paro bajo un farol y palomilla fernandino y me
enciendo un cigarro, giro sobre mis pies
y exhalo el humo por las narinas.
Me siento bien, y al reanudar el
paseo, me veo caminar por las fachadas que dirigen mis deseos por el dédalo de
calles, al Conejo Feliz.
Me cuesta atravesar el cortinaje grande de terciopelo,
cada día más.
Me siento en mi
taburete, beso a mi camarera preferida y comienza el ritual, ginebra, vermú
rojo y triple seco en la coctelera e inicia un baile con sus pechos.
Un buen
grog, me trae recuerdos del Hotel Tirol de mi juventud, de esa juventud que ahora busco aquí. Se
empina por encima de la barra y me calienta en la oreja que hay una nueva, una
liebratón.
Se me acerca una joven
enorme, con una malla ajustada que aplica a mi rodilla y un calor pasa
lentamente a mi cuerpo, apoya sus manos en mi muslo y pido un benjamín.
Al salir, me acomodo la
entrepierna y me encamino a tomar unos
churros. Sonrío.