domingo, 13 de abril de 2014

COTTOLENGO


                                                             COTTOLENGO

Desde el campanario de la iglesia del cottolengo, un cuervo mira a un hombre sentado en una piedra, si levantara el vuelo y se acercara vería que lleva traje, sombrero y bastón.


Está echando migas de pan a un grupo de pajarillos, que gorjean complacidos, cuando de repente y con un movimiento brusco de la mano, golpea con el bastón en medio de los gorriones, muchos escapan pero al disiparse el polvo quedan en la tierra dos o tres aleteando espasmódicamente. En ese momento, de entre las piernas del señor sale un gato negro grande con un ojo blanco y se lleva los cuerpecillos. Remigio, que así se llama, sonríe y comenta en alto “así se hace Lucifer “.

Estamos en 1953 y el Caudillo, Francisco Franco, quiere visitar Las Hurdes el año que viene. Remigio no quiere, porque puede interferir en su venganza que casi está terminada.

Recuerda: Si no llega a ser por Miguel de Unamuno en 1913, yo no habría nacido y todo lo que ha pasado y está a punto de suceder, no hubiera tenido lugar.
 


Pero el rector de la Universidad de Salamanca junto con Chevalier y Legrende, tuvieron que recorrer Las Hurdes, ver la escasez de todo, contarlo en el Imparcial y en libros, y más tarde, en 1922 convencer al Dr. Marañón para que la visitara como médico.
 


Se quedó estupefacto y convenció a las Cortes y a S.A.R. Alfonso XIII que debía ir y hacer algo pues faltaba de todo y estaban abandonados de la mano de Dios.
 


En 1922 el Rey con un gran séquito y a caballo recorrió en cuatro días la zona, Dio donativos y volvió a Madrid, donde creó el Real Patronato de las Hurdes.

Me estoy yendo por las ramas. Entre los que iban con el Rey,  había un clérigo que servía al Obispo.
 

Se encaprichó de una joven que le atendía en la posada de Nuñomoral y  abusando de ella la dejó encinta. Esa joven era  mi madre,  Remigia.

Durante la preñez, en el pueblo no fue molestada, pues era bastante frecuente lo acontecido ya que la promiscuidad era lo habitual.

Mi madre murió en el parto por la falta de médicos y de dineros y yo, Remigio,  fui recogido por una vecina que tenía otra criatura y nos amamantó a los dos.
 

Mi infancia ha sido muy mala, me pegaban los chiquillos, me llamaban el curilla y me hicieron trabajar hasta deslomarme.

En 1930 vi a mi padre por primera vez, venía acompañando otra vez al Rey. Al cura le dijeron quien era yo y se me acercó, me tocó la cabeza y me entregó un duro de plata con la cara de Alfonso XIII, yo lo guardé en la faltriquera y le miré con odio.
 


Me crié en la factoría de El Jordán, en Nuñomoral, en la escuela, donde recibí más palos que  una estera, del maestro que era un sádico.

En el dispensario médico donde la escasez de medicinas era enorme y la cintura del doctor también, me atendieron lo mínimo.

A finales de 1932, llegó a nuestra alquería un tal Dr. Albiñana desde Martilandrán, en condiciones deplorables. La gente se metía con él y yo con mis 10 años me hice su valedor.

Él a su vez, al año, me ayudó en una trifulca que mantuve con Luis Buñuel por la película y porque quería obligarnos a los muchachos a apedrearnos.
 


En 1933 el doctor Albiñana fue perdonado por el Gobierno y se fue a Burgos, me dio su dirección y me recomendó que huyera de allí.

Por entonces había conocido a una rapaza de mi edad, Josefa. Fue mi compañera de juegos y fueron los años más felices de mi vida. Me pusieron a trabajar con el jardinero, Doroteo, bruto, malencarado, casi no le entendía cuando me hablaba y me trataba a pescozones.
 

Josefita y yo correteábamos por el jardín y teníamos nuestros lugares secretos donde nos escondíamos de la realidad.

A principios de 1936, el jardinero nos pilló en el cuarto de los aparejos y cogió un palo del rastrillo y empezó a pegarme y me llevó al maestro que me castigó en la carbonera durante una semana.

Con el paso de los días se demostró que Josefita estaba embarazada y la encargada del dormitorio la llevó al dispensario, donde el médico Don Rodrigo Quiñones  decidió que ese niño no nacería. ¿Cómo lo hicieron?. No lo sé. A ella se la llevaron y no nos dejaron despedirnos.

Vino el jardinero y me hizo ir con él, llevaba un paquete y al llegar a la parte de atrás de los edificios y en la zona más alejada me lo tiró, se rompió y se deshizo cayendo los restos y el feto de mi hijo. Se reía, se reía. Me dijo, coge la pala y entiérralo. Me acerqué y al llegar a su lado le golpeé sin parar hasta que dejó de moverse. Los enterré juntos, alisé la tierra, planté unos geranios, fui a mi barracón, cogí mis pocas cosas y me marché de allí sin mirar atrás.

En Burgos, el Dr. Albiñana me recibió bien. No le conté nada y él no me preguntó, pues estaba muy preocupado con la situación de España. Se estaba fraguando un levantamiento de los militares y él, que era de ultraderecha y que además odiaba al gobierno que le había tenido apartado en las Hurdes, quería ir a Madrid.

Fuimos los dos. Él disfrazado de ciego y yo de su lazarillo. Contactamos con gente afín a su partido, pero después del 19 de julio lo apresaron, yo escapé.
 
 
 Luego supe que lo torturaron y le pegaron dos tiros.

Malviví durante los tres años de la guerra en Madrid.  Pasé hambre, aunque de eso ya sabía, y dormí en la calle hasta que me acogió una viudita joven en su pensión de la calle Atocha, cerca del hospital de San Carlos, sede de la facultad de Medicina.
 

Antes de terminar la guerra robé documentos en el instituto Cardenal Cisneros y me hice con el título de bachiller. Cambié de nombre y apellidos y con la ayuda de los amigos del Dr. Albiñana, en 1940 inicié los estudios de medicina. Trabajé en el Hospital de la Beneficencia y allí adquirí los conocimientos que tengo.

Me encontré por un casual con el Dr. Rodrigo Quiñones en un mesón cerca del mercado de San Miguel e intimé con él. Yo había cambiado mucho, tenía perilla y treinta años y no me reconoció. Estábamos en 1952 y me contó que le habían  nombrado Director Médico del Cottolengo (especie de asilo, dispensario u hospital) en un valle entre Martilandrán, la Fragosa y el Gasco y que tiene como misión atender a los desfavorecidos de la región, gracias a un jesuita, el padre Jacinto Alegre.
 

Había  venido a Madrid a por el nombramiento, se alojaba en un hostal de la calle Mayor y le dije que había que celebrarlo. Le invité a seguir  bebiendo y cuando ya no podía más, me dirigí con él hacia el arco de Cuchilleros y en un escalón, le senté.
 


 Eran las doce de la noche y sacando mi estuche de cirujano que siempre llevaba conmigo y de él el bisturí se lo pasé de un lado a otro del abdomen, tapándole la boca.
 Como si fuera una artesa de la matanza que se cae, se desparramaron entre sus piernas los intestinos con un hedor que me provocó náuseas, pero le dije mientras me miraba con horror “¿ te acuerdas de Josefita  y de mi hijo?. Murió lentamente, pero ya sabía quién era yo.
 


Cuando convocaron la plaza otra vez, me presenté y la conseguí. Nadie quería ir desterrado a las Hurdes. Preparé mi baúl y en un autobús muy viejo y lleno de pueblerinos me dirigí hacia  Salamanca, pues quería entrar por la Alberca.

Me recibieron muy bien y preocupados por las noticias de la muerte del director acaecida en Madrid. Me acomodaron en un apartamento pequeñito de un dormitorio y un despacho con aseo, en el edificio principal.

Nadie me reconoció, además cambié mi nombre por Fernando, cuando el título de bachiller y así he seguido durante la carrera de medicina. De las personas que conocía, el maestro murió alcoholizado y quedaba la mujer, que llevaba el dormitorio de las niñas y que ahora era la gobernanta del cottolengo.

Mi padre, el cura, era el obispo de Plasencia y decidí que sería el próximo.                
  En este momento de mi recuerdo, me levanto de la piedra y me dirijo hacia el despacho. Tengo que preparar todo muy bien, no debo dejar cabos sueltos. El destino me da la oportunidad de vengarme.

Franco viene dentro de un año, tengo que terminar antes. Mañana empiezo la cacería. Me voy a Plasencia.

Alquilo una habitación en la plaza, desde donde veo por la ventana al Mayorga, dando las campanadas del ayuntamiento. Salgo en busca del obispo y me dirijo hacia la casa de enfrente de la catedral, la del Dean y espero pacientemente su salida.
 


 Al anochecer sale sólo y se dirige hacia la calle del Sol. Entra en un portal y cierra detrás de él. Al rato, una mujer llama con los nudillos y se abre un poco la puerta y entra. A las dos horas, la joven sale y desaparece rápida por una bocacalle. Corro, golpeo y abre diciendo “Que pasa, que quieres ahora”, meto la pierna y empujo fuerte, le golpeo y cae desvanecido.

Cuando despierta, está atado en la cama y desnudo, la boca amordazada y los ojos desorbitados, moviendo la cabeza de un lado a otro. Me acerco a su cara y le digo “papá, he venido a devolverte algo tuyo”. Y sacando el duro de plata de Alfonso XIII se lo coloco en el pecho. Cojo mi estuche de cirujano y de él el bisturí y agarrando los genitales con la mano izquierda los corto de un tajo, bueno de dos y se los pongo encima. Sangra mucho, intenta chillar pero va perdiendo la fuerza mientras yo le miro desde cerca. Adiós papá.

A la semana llega la noticia al Cottolengo y yo estoy pensando ya en la gobernanta, mi próxima víctima. Entonces  llegan tres hermanas Servidoras de Jesús y entre ellas, mi Josefita, humilde y sin levantar la mirada del suelo. No me reconoce y yo no digo nada para que nadie sospeche.
 


Doy la orden de que quiero entrevistarme por separado y en mi despacho, con el nuevo personal. Cuando recibo a sor Josefa, la tranquilizo y le digo quién soy. Entonces, se abraza a mí y se echa a llorar. Entre hipidos me cuenta sus desgracias. Tardó en recuperarse de la hemorragia, después la llevaron a un convento y no la dijeron nada de mí  y durante todos estos años ha pensado en nosotros.

Le convenzo para huir a Portugal y lo preparo todo. Consigo el máximo dinero y un día con la excusa de ir a la alquería de El Gasco, nos escapamos sin volver la vista, sin sentir ningún remordimiento y pensando que el futuro empieza para nosotros.
 

Las injusticias de los hombres, producen monstruos.

2 comentarios:

  1. Hola Epi, ultimamente estás desconocido con tus escritos, este en particular me parece precioso aunque claro con tintes muy macabros y con la venganza como baluarte de tu protagonista.
    Besos y abrazos y sinceramente me gustó mucho esta historia. Ah me olvidaba hace tiempo que no pasas por mi blog, venga anímate y déjame la huella de tu boli.
    Puri
    Puri

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  2. Puri gracias por tu comentario tan adulador. Esta historia, está trenzada con hechos reales de los personajes de la época y donde he introducido a mis protagonistas, incardinándolos en el relato.
    Beso, beso y beso

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