NOVIAZGO
Recuerdo con nostalgia
la cacería de hace 40 años en Monfragüe , en la finca Las Cansinas, propiedad
de mi familia. Sería la tercera o cuarta vez que iba a ir a un puesto y por fin
me daban una escopeta de mi abuelo Fernando de la Cámara, una Sarasqueta de dos
cañones del armero eibarrés, preciosa y antigua, siempre guardada en su funda
de piel.
Era una mancha
familiar, con algún que otro invitado y las chanzas eran numerosas desde el
almuerzo con migas y torreznos. Sorteo y a nosotros, un amigo mío y yo,
tenientes médicos, nos tocó un buen puesto.
Con los vehículos nos
acercamos al cortafuegos y empezamos a subir con los aparejos de caza y los
tacos. Nos asentamos, controlamos los puestos contiguos y con la tensión en
aumento, esperamos a las rehalas que hicieran su trabajo.
Al cabo de un tiempo,
los ladridos de los perros, los gritos de los perreros, “ahí vaa”, el ruido de
las jaras, nos iba sumiendo en un silencio, solo roto por los ruidos de mis
tripas, mi amigo Javier, alerta con el rifle y yo tumbado con el taco entre las
piernas y la escopeta al lado dormida.
Un crujido que iba en
aumento y el no saber qué animal sería, igual un perro, de detrás nuestro
rompió un guarro entre los dos y sin pensar le metí un tiro a bocajarro que le
dejó seco diez metros más allá. Me emocioné, era mi primera pieza y no me lo
creía. La culpa fue del jabalí, yo ni sabía, pero se empeñó.
Los familiares de los
puestos vecinos, empezaron a divulgar que ya había novio para la cena y yo
temía lo que me iban a hacer, pues había oído cosas horribles, hasta marcar a
una persona en medio de la borrachera.
El resto de la jornada
transcurrió con el abatimiento de algún venado y otros guarros y la recogida
fue ardua en algunos lugares.
La comida, una fabada y
toda mi familia metiéndose conmigo y dándome de beber, para darme ánimos. A los
postres mi descernimiento era ya escaso, cuando me amarraron con unas cadenas y
comenzaron a echarme unos huevos en la cabeza junto a la sangre del animal y
tazas de harina. Parecía Bob Marley con las rastas.
El fiscal hizo su
alegato, que si era un asesino, que le había hecho sufrir, que tenía jabatos,
en fin una congoja, menos mal que el defensor puso mucho énfasis en decir que
estaba enfermo y que como atenuante el alcohol y al ser militar que pensé que
era el enemigo.
Lo peor fue cuando
uno de mis tíos quiso cortarme un
mechón, pero me hice entender que en Enero volvía a la Academia de Sanidad
Militar y no podía ir con un trasquilón, pues la sala de banderas se abriría
para mí.
Yo lloraba con grandes
gestos y decía que lo sentía y me absolvieron, con lo que al soltarme abracé a
todos los que pude y embadurné a casi todos.
La noche clara de
Diciembre en mi Extremadura, el fuego de una buena chimenea y la charla
tranquila, con unos vasitos de cualquier cosa y no le pido nada más a la vida.
Bueno, ahora ya no, soy
montero desde entonces.
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