sábado, 30 de julio de 2011

LA CALLE DEL SABOR


Madrid 1853, enero. Hace mucho frío, son las cinco de la tarde y ya casi es de noche, Don    
Francisco Asenjo Barbieri acelera el paso y con un solo movimiento de muñeca hace revo-
lotear la capa y queda perfectamente embozado.
Tiene hambre y al pensar en que ha quedado en Lhardy, nota un ruido de tripas tal, que se gira y mira si alguien le ha oído, solo ve la carrera de San Jerónimo, oscura, con la luz titilante de las farolas y ese brillo en los adoquines.
Necesita el libreto que le tiene prometido Ventura de la Vega desde hace varios meses. Sin él, no puede empezar la nueva Zarzuela, además quiere aprovechar para que le cuente el incidente del cura Martín Merino con la reina Isabel II. Los rumores en el mentidero que es el Madrid de este siglo son tan diversos, que es imposible tener uno por cierto.
Le cae bien Ventura, desde que escribió “ el hombre de mundo”,  una de las frases del libro ha quedado como muletilla y se repite hasta la saciedad. En relación a un asunto de celos y cuernos la gente dice: Todo Madrid lo sabía, todo Madrid menos él.
Según sube por la carrera de San Jerónimo, en una calle a la izquierda, ve multitud de reclamos de restaurantes, esta noche si puede, pasará a cenar por aquí. Le llaman la calle del sabor.
Barbieri, que entre otras muchas cosas es entendido en gastronomía, ha oído hablar mucho y bien y quiere conocer todos los garitos que hay en este lugar.
 Lhardy, 1853, enero. Buenaventura de la Vega está sentado ante una mesa metálica con una encimera de mármol, que tiene mil heridas en su superficie, frente a la cristalera, con vidrio biselado y cortinillas que da a la calle. Encima, su vaso triangular con burbuja en la base, de capacidad como de una onza, con liquido de color verdoso y una cucharilla con agujeros con un terrón de azúcar y al lado una jarra de agua fría.


                                                           
Piensa, que después del cocido que se ha metido entre pecho y espalda, el segundo absenta que lleva le empieza a embotar los sentidos y que como no venga pronto Barbieri, el libreto de “jugar con fuego” que le ha hecho para una zarzuela se lo va a tener que comer con patatas.
Ser maestro de la Reina Isabel II, asistir a las reuniones del Parnasillo, del Ateneo y del Teatro Real y llevar esa vida licenciosa y de crápula le van a llevar a la tumba antes de tiempo.
Barbieri le cae bien, es inteligente y pertenece a diferentes Academias, se hace llamar el maestro bandurria y conoce al todo Madrid de la época. Entonces le ve entrar, empujando con esfuerzo la pesada puerta y caminando hacia su mesa, se sienta  en la silla vacía.
Pide otro absenta para él, ya que a las cinco de la tarde en casi todos los cafés se producía
l’heure verte (la hora verde ), imagen del movimiento bohemio en toda Europa.
          


                                                                   
Mientras Barbieri entra en calor, comentan que la absenta fue primero, un elixir antipiré-
tico de Pernod que usaban las tropas francesas y que contenía además de aromas de la planta Artemisia  Absinthium, Artemisia póntica, flores de hinojo, anís, hisopo, melisa, raíz de la angélica, hojas de cálamo, hojas de dictamnus, cilantro, verónica, hojas de enebro, nuez moscada, regaliz y diferentes hierbas de origen montañoso. Ríen, pues con todos los componentes que lleva, no es de extrañar los efectos alucinatorios que produce el abuso de su ingesta.
Comentan el ataque del cura Merino con un estilete a la Reina y de que ha sido ajusticiado con premura, y quedan para el sábado en el palco del Teatro Real con todos los amiguetes.
Ventura le entrega el libreto, ya no sabe quién es y no recuerda si es él quien tiene que pagar a Barbieri o al revés.
Años después, en 1865, se le da por muerto y el diario “la correspondencia” publica su obituario. Se presenta Buenaventura en sus funerales al día siguiente y proclama que el periódico se ha equivocado, evidentemente.
Poco días más tarde, muere y el diario escribe en portada “ por fin ha muerto Ventura de la Vega”.
Cuando paseamos por el Madrid de las Letras o el Madrid de las Musas, hay que levantar la mirada hacia las fachadas y leer las placas, Zorrilla, Cervantes, Larra , etc. Ventura de la Vega tiene su lugar en esta calle tan castiza, tan romántica y  tan bohemia.
 
 

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